Entrevistamos a Mónica Miros, artista plástica, socióloga, activista por los derechos humanos, gestora comunitaria, creadora y organizadora del primer festival hecho por mujeres en el Perú “Nosotras estamos en la calle”. Estuvimos con ella durante la reciente edición del XIV festival en Lima en dónde conocimos a la mujer súper chambeadora, preocupada de que las actividades se desarrollen con normalidad y fielmente comprometida con la comunidad. Esto fue los que nos contó.

El Festival internacional de la cultura y expresión femenina NOSOTRAS ESTAMOS EN LA CALLE es una iniciativa que se organiza cada mes de marzo desde hace 14 años como parte de las celebraciones por el Día Internacional de la Mujer en Lima, Perú.

Este festival nació para celebrar la fuerza femenina como gestora de cambios en nuestra sociedad, fomentando el intercambio y encuentro de mujeres creadoras.

¿Qué te motivó hacer un festival hecho por y para mujeres?

Fue encontrarnos entre mujeres en el espacio público, es decir mujeres que también hacemos arte en la calle. El poder generar este espacio que no existía, ya que en ese momento no podíamos encontrarnos entre mujeres nada más.

Conocernos fue la primera motivación del festival.

¿Con que comunidades has trabajado y por qué?

Trabajamos con la población en general, hombres y mujeres, pero llevado al tema de género, la lucha de género, la eliminación de la violencia, el reivindicar la participación de las mujeres en el espacio público.

Tratamos de convocar a mujeres de diferentes colectivos, diferentes edades, diferentes propuestas artísticas para que encuentren en el festival una plataforma donde puedan visibilizar sus luchas a partir de sus propias estrategias artísticas.

¿Cómo marcó la pandemia el desarrollo del festival?

A partir del año pasado tuvimos que incorporar algunas estrategias nuevas, modificar algunas de las actividades que hacíamos de forma presencial, pasamos a hacer algunas de las actividades de forma virtual, pero sin dejar el espacio público que se ha mantenido, como son los murales.

Este año tuvimos más aforo que el año pasado, ya que la mayoría de las participaciones internacionales se dieron de forma virtual, fue el año en el cual se sintió más este cambio.

¿Qué tal la experiencia del año pasado desde la virtualidad?

Fueron un poco más sencillas las cosas, ya que no había tantas necesidades materiales. La plataforma virtual es más práctica pues las compañeras nos envían sus trabajos porque no necesita tanto del soporte físico como sí en las actividades presenciales, sin embargo, es otro perfil de público, más difícil en lo virtual que en lo presencial, porque hay que mantenerlo más atento. Nuestra opción siempre es lo presencial, es donde ponemos más énfasis, pero también, conocemos y comprendemos a muchas compañeras que no pueden trasladarse presencialmente pero igual tienen el interés y la motivación de hacerlo. Por eso, seguimos trabajando el tema virtual para que, a pesar de la distancia, podamos compartir con compañeras que, por diversas circunstancias, no pueden estar aquí presencialmente.

¿Cómo fue que se dio realizar el festival en Cusco?  

El primer festival en Cusco fue en el 2018, alquilamos un espacio que nos dieron a un precio muy económico; para el 2019 hicimos un intercambio con la asociación, en la que nosotras pintamos murales en sus áreas.

En el 2020 no hicimos ninguna actividad en Cusco porque estaba muy fuerte el tema de los contagios, sin embargo, para el 2021 fuimos acreedores a los apoyos del Ministerio de Cultura, con estos fondos fue que pudimos realizar el festival allá.

Fue un evento mucho más grande dado que abarcó tres semanas, en donde cada semana recibíamos a un grupo de artistas locales y de otras provincias del país, así como de Bolivia y Cuba.

Trabajamos en tres puntos: primero en la ciudad del Cusco, luego estuvimos en Urubamba y en la última semana en Ollantaytambo. En la ciudad estuvimos trabajando con un albergue de niños que se llama “Amantaní” en donde hicimos algunos talleres en beneficio de los menores que allí estaban. Luego en Urubamba trabajamos con “La Casa del Viento” donde realizamos unas presentaciones de las Warmi Sikuris como un pequeño cierre. Finalmente, en Ollantaytambo estuvimos una semana con otro grupo de compañeras donde también pintamos murales en el barrio San Isidro, en el mercado Asunta y en el local de los artesanos.

Gracias a los fondos que obtuvimos hicimos tres semanas de festival. Nadie se imaginó que duraría tanto.

Posiblemente para el mes de julio de este año será la segunda edición.

¿De qué depende la duración del festival?

Depende del dinero, nosotras podemos hacer más largo el festival, pero también tenemos que ver el soporte que podemos darle para que tenga continuidad y duración.

Ahora en Lima, en esta décimo cuarta edición, hemos trabajado cinco días de festival por temas económicos; antes eran doce días de duración del evento y eso se dio el año en que ganamos el concurso de cultura viva. Pero lo normal siempre fueron nueve días de festival.

¿Cómo has logrado que el festival sea sostenible en el tiempo?

Perseverar, nada más.

(Risas)

La constancia. De alguna manera el hacerlo es una necesidad para mí.

¿Has tenido aportes de entidades locales o internacionales para el desarrollo del festival y su sostenibilidad? 

Sí claro, nosotros cada año trabajamos con instituciones u organizaciones vinculadas a derechos humanos, temas de género, así como universidades, municipios, etc.

Cuando vamos a trabajar nos juntamos con el municipio y tratamos de ver si hay una apertura, si existe también algún tipo de apoyo por su parte, ya que la labor que realizamos es una gestión que el municipio debería apoyar donde se realice. En algunos casos hay respuestas positivas en otros casos, indiferencia.

Este año trabajamos con la Municipalidad de Lima y con organizaciones como Flora Tristán, DEMUS, Manuela Ramos, INPPARES, Entre Pueblos, etc., gracias a eso hemos tenido comidas, materiales, espacios; no es solo brindar un apoyo económico, sino que las instituciones, también, puedan aportar con talleres, materiales informativos, entre otros.

Con cooperación se hicieron actividades con las señoras ceramistas Awajún y las señoras de Cantagallo, generando un vínculo para que ellas hablen de los temas que les afectan como el territorio y el cuerpo.

¿Por qué apostar por la cultura en un país con un Estado que poco o nada la apoya?

Yo creo que el Perú es un país rico artística y culturalmente, es algo innato que se ha manifestado a través del tiempo.

Hay grupos de teatro en la periferia de la ciudad que tienen más de veinticinco años haciendo labor barrial donde uno se nutre.

En vez de ver carencias, debemos identificar oportunidades, aprovechar las que existen y crear nuevos espacios.

¿Cuál es la visión a futuro del proyecto?

Mantenernos.

Mantenernos haciendo las dinámicas, seguir trabajando porque creemos que la misión del festival es el enriquecimiento interno, que se expresa en la gente, en su capacidad de poder saltar al espacio público y hacer cosas, como acumular conocimiento que puede ser familiar, ancestral, barrial, de diferentes formas, pero siempre importante. La valoración artística en su máxima expresión.

¿Qué te gustaría lograr con el festival?

Creo que lo que buscamos no es medible, no es cuantificable, no son objetivos concretos, son más bien transformaciones que pasan por cuestiones internas, que no las puedes medir, que son cambios de actitudes en las personas. Cómo cambias tu actitud a tales o cuales realidades, cuánto se sensibiliza a otras poblaciones de cara a la problemática de muchos grupos, en esa dirección es lo que queremos conseguir con el festival.

¿Qué significa para ti “Nosotras estamos en la calle”?

(Sonríe), yo creo que es una reafirmación ¿no?

Es como visibilizar algo que ya está ahí porque la gente cree que las mujeres solo estamos en el espacio doméstico, sin embargo nosotras realmente transitamos todos los días en la calle, ese estar en la calle no es como visible, es como negado, esa invisibilización de que nosotras hacemos uso del espacio público.

Por lo tanto, Nosotras estamos en la calle es como una reafirmación de una realidad que vivimos.

 

Entrevista y fotografías: Carina Escudero